Paco acudía temprano al despacho de Aurora y Damián para no tener que retrasar el comienzo de la clase. Tenían que cerrar la lista de alumnos que pasarían al taller, porque el curso ya tocaba a su fin. El local ya estaba a falta de los últimos detalles, aparte del retraso inevitable en toda obra que se precie. Había que escoger con cuidado, porque al principio no podían ser muchos los que se beneficiaran del empleo, era un proyecto pequeño y no podían lanzarse sin la conveniente cautela. Tres a lo sumo, para empezar, y si la cosa funcionaba ya se iría pensando en ampliar más adelante. Paco estaba seguro de proponer a Matías. Era sin duda un alumno destacado, y podía tener un buen tirón para quienes se embarcasen con él. Pretendían sobre todo que, una vez lanzados al mundo real, fueran capaces de mantenerse a flote con sus propias fuerzas, y en eso el ejemplo de alguien resuelto como Matías podía suponer una cierta garantía.
Paco comenzó a exponer su razonamiento nada más entrar en Dirección.
Pero Damián le interrumpió, levantándose para cerrar
la puerta del despacho tras de él.
–Siéntate, Paco –dictó Aurora con gesto grave indicándole
la silla frente a su mesa. Damián volvió a acomodarse en su
puesto, junto a ella.
–Como siempre, hemos estado haciendo el seguimiento rutinario a los
muchachos –continuó–. Nos hemos entrevistado con la mujer
que le alquila la habitación a Matías. Dice que ha convivido
bajo el mismo techo con él durante años y nunca le ha supuesto
ningún problema. Ni rastro de drogas. Lo define como un hombre honrado
y trabajador...
–Pero puede que ella no sepa... –interrumpió Paco.
–... lo mismo que su antiguo jefe –siguió Aurora con evidente
gesto de fastidio por la interrupción–. Trabajaba duro y además
destinaba parte de su sueldo a mantener a su madre enferma. Sí, nos
dijo que no tenía familia, pero mintió. Incluso llamó
a un asistente social justo antes de ingresar en el programa para que alguien
se ocupara de ella. Por lo visto padece un trastorno de conducta, el “Síndrome
de Diógenes”.
Paco se quedó boquiabierto y sin fuerza, como una botella de champán
descorchada días atrás.
–Lo tenemos todo: declaración de la renta, ingresos en el banco,
testimonios de conocidos... No se corresponde con el perfil de un adicto,
ni mucho menos.
–Le hemos investigado a conciencia –corroboró Damián,
como esforzándose por darle la razón a su mujer–. Es un
fraude.