–¿Tenéis un cigarro?
Matías y Andrés habían decidido ceñirse al descanso
de media mañana para fumar, y así evitarse más reprimendas
de Paco.
Matías rebuscó en el maltrecho paquete y le alargó uno a Gustavo.
–Gracias, tío. Antes no fumaba tanto, pero ahora con algo hay
que matar el gusanillo, ¿eh?
Los dos asintieron sin levantar la vista del suelo.
–He oído que Goritz lo ha dejado –dijo por fin Gus para
romper el silencio–. O lo han echado, que tampoco me extrañaría,
porque creo que le seguía dando al jaco de vez en cuando.
–Yo lo que he oído es que está en el hospital con una
sobredosis del carajo –respondió Andrés–. No saben
si pasará de hoy.
Matías pensó en el día que tropezó con el centro
por casualidad, cuando conoció a Goritz. Aquel hombre que finalmente
le animó a entrar y le acompañó hasta la “recepción
de yonkis”, como él decía.
–Es una lástima. Era un buen tío.
–Sí, Mati, un buen tío, pero nunca se creyó mucho
esto, que digamos.
–Es una pena, ahora que faltaba tan poco para final de curso –comentó
Gus.
–He oído –comenzó Andrés, con un súbito
resplandor en los ojos– que ya tienen el local para el taller casi terminado.
Están haciendo obra y todo.
–Sería increíble que nos dieran la oportunidad... –aventuró
Matías dejándose acunar por esa idea, con aire soñador.
–Allí como unos señores, tío –secundó
Andrés–. Gente honrada. Con nuestro buzo azul, nuestro metro
en el bolsillo y el cigarro en la oreja, pim, pam...
–Qué narices, buzo azul, ¡con una bata blanca! ¡Como
los doctores! –rió Matías.
–Imagínate la inauguración, tío. Todos vestidos
de domingo, ahí con camareros de pingüino y todo, que estarán
a recogernos la ceniza cada dos por tres. Con el local flaman como si fuera
un sitio de éstos donde cuelgan cuadros y va la gente importante a
verlos... Imagínatelo, ahí codeándonos con los peces
gordos del Ayuntamiento. ¡Y habrá hasta canapés y todo!
¡Un montón de bandejas de canapés, de ésos de colores,
llenos de cosas raras por encima!
–Ahora con lo de Goritz seguro que nos empiezan a vigilar como lechuzas
–les interrumpió Gustavo, que había permanecido ajeno
a la ensoñación de los dos amigos.