–Afuera todos, venga, subíos a la furgoneta –clamó Paco entrando por la puerta. Andrés, Gus y Marina esperaban inquietos en el aula de carpintería. La idea de la incursión en el nuevo local apenas les había dejado pegar ojo desde que acabó el curso, cuando fueron convocados uno a uno por Paco, de forma más o menos discreta, para hacer la primera visita al que sería su nuevo lugar de trabajo.


–¿Y Mati? ¿No va a venir? –preguntó Andrés desconcertado.


Paco echó una ojeada al suelo, revolvió el serrín con el pie como buscando algo y contestó con acento enérgico:


–Se me olvidaba decíroslo. A Mati lo ha cogido un carpintero como ayudante. Es un conocido mío, tiene el taller en un polígono, por la zona del cuartel. Me pidió que le recomendara a alguien, ya sabéis, de confianza.


Los chicos se miraron extrañados sin saber qué decir. Las palabras de Paco sonaron asépticas. Por alguna razón, no supieron si tenían que alegrarse por Matías. Se hizo un silencio tirante y serio por espacio de unos segundos.


–Ya –contestó Andrés–. Qué lástima. Se perderá los canapés.